HISTORIA MARAVILLOSA DEL
“TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCION A MARIA”
San Luis María de Montfort escribió este libro en 1712, en la sencilla casita de la calle Saint-Eloi (en la ciudad de La Rochelle). Cuando murió, el manuscrito autógrafo (que actualmente se venera en Roma, Viale dei Monfortani 65) quedó en las manos de los Misioneros de las Congregaciones que él fundó y quienes no podían publicar nada por la dificultad de obtener el necesario permiso del rey, además que por falta de tiempo y de dinero.
Historia Maravillosa de este “Tratado”. Así se comenzaba a realizar la asombrosa y detallada profecía que San Luis María había formulado en el número 114 de este libro, sobre los esfuerzos que Satanás haría “para que no sea publicado”, y sobre el definitivo “grandioso éxito” del libro y de “aquél de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo”. Llegó, pues, la anticlerical Revolución Francesa (1789-1791), y los policías comenzaron a controlar minuciosamente la Casa Madre de los Monfortianos, en San Lorenzo-sur-Sèvre, en donde había fallecido y está sepultado San Luis María. Inclusive asesinaron cruelmente a tres Misioneros en la huerta de la Comunidad. Buscando documentos comprometedores, los policías probablemente destruyeron las primeras y últimas páginas que actualmente faltan en el manuscrito. Al comienzo, además del título, faltan 96 (o por lo menos 84) páginas: en ellas –lo declara el mismo San Luis María (TVD 227-228.256)– se hablaba del desprecio del mundo y se transcribían las Letanías al Espíritu Santo, con la oración que les sigue. Al final faltan no menos de unas 6 páginas, que contenían (según TVD 231.236) la Consagración (reemplazada aquí con el texto que el Santo ha formulado al final de su “El Amor de la Sabiduría Eterna”), y la bendición de las cadenillas. Lo cierto es que entonces los Padres Monfortianos para salvarlos, entregaron el Tratado y otros documentos a unos amigos campesinos de la zona, quienes los escondieron en un subterráneo, en el campo que está cerca de la capilla de San Miguel. Pasada la Revolución, el Tratado y lo demás fue depositado en un rincón de la Biblioteca, en un cajón lleno de cuadernos y libros estropeados, hasta que el 22 de abril de 1842, el bibliotecario, P. Pedro Rautureau (1807-1869), leyéndolo en vista de preparar un sermón sobre la Virgen, reconoció el estilo de Montfort, y lo llevó con alegría al Superior General, P. Dalin, que reconoció inmediatamente la escritura, porque en vista de la beatificación de Montfort, acababa de enviar a Roma los otros manuscritos del Santo.
Historia Maravillosa de este “Tratado”. Así se comenzaba a realizar la asombrosa y detallada profecía que San Luis María había formulado en el número 114 de este libro, sobre los esfuerzos que Satanás haría “para que no sea publicado”, y sobre el definitivo “grandioso éxito” del libro y de “aquél de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo”. Llegó, pues, la anticlerical Revolución Francesa (1789-1791), y los policías comenzaron a controlar minuciosamente la Casa Madre de los Monfortianos, en San Lorenzo-sur-Sèvre, en donde había fallecido y está sepultado San Luis María. Inclusive asesinaron cruelmente a tres Misioneros en la huerta de la Comunidad. Buscando documentos comprometedores, los policías probablemente destruyeron las primeras y últimas páginas que actualmente faltan en el manuscrito. Al comienzo, además del título, faltan 96 (o por lo menos 84) páginas: en ellas –lo declara el mismo San Luis María (TVD 227-228.256)– se hablaba del desprecio del mundo y se transcribían las Letanías al Espíritu Santo, con la oración que les sigue. Al final faltan no menos de unas 6 páginas, que contenían (según TVD 231.236) la Consagración (reemplazada aquí con el texto que el Santo ha formulado al final de su “El Amor de la Sabiduría Eterna”), y la bendición de las cadenillas. Lo cierto es que entonces los Padres Monfortianos para salvarlos, entregaron el Tratado y otros documentos a unos amigos campesinos de la zona, quienes los escondieron en un subterráneo, en el campo que está cerca de la capilla de San Miguel. Pasada la Revolución, el Tratado y lo demás fue depositado en un rincón de la Biblioteca, en un cajón lleno de cuadernos y libros estropeados, hasta que el 22 de abril de 1842, el bibliotecario, P. Pedro Rautureau (1807-1869), leyéndolo en vista de preparar un sermón sobre la Virgen, reconoció el estilo de Montfort, y lo llevó con alegría al Superior General, P. Dalin, que reconoció inmediatamente la escritura, porque en vista de la beatificación de Montfort, acababa de enviar a Roma los otros manuscritos del Santo.
Historia Maravillosa de este “Tratado”. En 1843 ya salieron las dos primeras ediciones en París, a cargo del P. Agustín Grillard (1813-1882), Director del Seminario de Luçon, que el 6-10-1851 se hizo Monfortiano y tomó parte en el Concilio Vaticano I (1869-1870) como teólogo del Obispo de Luçon. En la 3ª. edición monfortiana italiana (1919), publicada en Via Romagna 44 (Roma), se introdujo la actual numeración marginal. En castellano la primera edición salió en 1872 en Lérida (España), pero en nuestro idioma se ha impreso también en Cuba (1885), Ecuador (1890), Francia (1891), Argentina (1910), Colombia (1939), Chile (1954), México (1980), Perú (1980), Paraguay (2003), Venezuela (2004)...Así es que en 1977 ya habían salido más de 300 ediciones en unos 30 idiomas: ahora, en los 5 continentes, las ediciones se han vuelto incontables. Es que en el Tratado “la devoción de los líderes y la devoción de las masas convergen”, dice Brémond (H. L. S. R., IX, 3, pág. 272). Por eso el gran mariólogo Roschini (en Marianum, julio de 1940) se declaraba “seguro” de que en un hipotética encuesta internacional sobre cuál sería el más bonito libro mariano, “la mayor parte de las respuestas darían la preferencia a este libro”. Igualmente Frank Duff (1889-1980), fundó la Legión de María el 7-9-1921, recién después de estudiar con seriedad este Tratado con otros seglares. “Cualquiera que estudie el tratado -escribe Frank Duff– cae bajo sus redes, porque el libro lo posee todo: estilo, fervor, convicción intensa, solidez, elocuencia arrebatadora, autoridad e inspiración”. “Leyéndolo y releyéndolo –declara el Padre Faber– nos sentimos obligados a concluir que su actualidad no envejece, su grandeza no disminuye y su fresco perfume, junto con el fuego sensible con su unción, no cambia ni termina”.